domingo, 22 de enero de 2017

La muerte del último jinete de la luna

Con la muerte de Eugene “Gene” Cernan, vemos el fin de una época distante. Cernan es uno de los últimos jinetes espaciales y, cuando ya no tengamos entre nosotros a “Buzz” Aldrin, podremos hablar de una generación de exploradores únicos que se extinguió frente a nuestros ojos: nadie ha vuelto a pisar la luna 45 años después de que lo hizo Cernan en diciembre de 1972.

¿Pero por qué dejamos de soñar con explorar los fríos horizontes de nuestro satélite? ¿Por qué todos los viajes a la luna ocurrieron en sólo tres años? ¿Por qué, desde entonces, el gobierno estadounidense ha dejado de invertir en misiones tripuladas? ¿Por qué los niños ya no sueñan con convertirse en astronautas, con cohetes, con colonizar mundos imposibles?

Cuando, en 2015, la sonda New Horizon envió las primeras fotos de Plutón, se podían leer ciertos comentarios en redes sociales: muchos preguntaban por qué la resolución era tan mala o por qué no podíamos tener, inmediatamente, una mejor foto. Y ninguno de estos comentarios mostraba la inmensa sorpresa de estar recibiendo una imagen que viajó más de cincuenta millones de kilómetros de distancia para llegar hasta nuestros ojos.

Ésta es una actitud completamente opuesta a la que la humanidad tenía cuando millones de familias observaban expectantes, desde sus casas, el vuelo del Apolo 11 y su descenso hacia la Luna. Porque hay algo que se diluyó desde ese mítico día de 1969 cuando Armstrong dio un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad.

Ahora, el mundo está acostumbrado a toda clase de maravillas, las viejas rencillas ideológicas de la Guerra Fría se extinguieron y las apremiantes condiciones de una Tierra cansada parecen impedir un nuevo renacimiento de la era espacial. De la misma manera, los antiguos vestigios de la era dorada de la exploración del espacio han caído, progresivamente, en desuso.

Es el caso, por ejemplo, de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). Este viejo monumento a la capacidad de exploración del hombre, este viejo recordatorio de la solidaridad de la humanidad en donde soviéticos y americanos se dieron alguna vez la mano, va a ser sacado de circulación en el 2020. Y nunca se completó el sueño de tener viajes diarios a la estación, de convertirla en un punto de paso, de realizarse como la estación soñada por Kubrick en 2001: Odisea del espacio.

De la misma manera, después de 135 viajes y 2 accidentes que mataron a toda la tripulación, el programa de transbordadores espaciales (o los llamados shuttles), fue cancelado el año pasado. La era de emoción por los cohetes, la era que inauguró el brillante científico alemán detrás de los temibles V2 nazis y de toda la tecnología en las misiones Apolo, Wernher von Braun, está llegando a su fin.

Los costos, en todos estos años, fueron exorbitantes. La ISS, solamente, ha consumido más de 100 billones de dólares. Y los críticos sostienen que ese dinero pudo utilizarse, de manera más provechosa, en la Tierra. Además, esta Tierra no es la misma que hace cincuenta años: los problemas son más agudos y los recursos más limitados. No era lo mismo quemar miles de litros de combustible en 1972 que en 2017, empezando porque se avecinan las más agudas crisis por el agotamiento de las reservas de combustibles fósiles.

Como bien explicó Ugo Bardi de la Universidad de Florencia, existe una relación entre el auge de la era espacial y el auge de la era de las pirámides para la milenaria cultura egipcia: en ambos casos, la producción disminuyó considerablemente a partir del agotamiento de algún recurso no renovable.

Los faraones pudieron dejar de hacer pirámides, en teoría, porque agotaron los recursos para sostener a una población de trabajadores o bien porque decidieron invertir estos recursos en algo más urgente, como la guerra. De la misma manera, en nuestra época, los grandes gastos de combustibles fósiles están cayendo en desuso y, también, la experimentación para la industria militar ha acaparado, por su rentabilidad, gran parte del presupuesto de las grandes potencias que antes soñaron con el espacio.

Claro, esas razones no están aisladas de muchas otras. La era de la competencia ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética terminó, definitivamente, en 1991 con la disolución de la URSS. Pero, mucho antes, el plano espacial de esta lucha, en el centro de la Guerra Fría, había llegado a un cese al fuego simbólico con la cooperación de astronautas soviéticos y americanos dándose la mano en julio de 1975 durante el proyecto de prueba Apollo-Soyuz.

Al ganar la carrera a la Luna, Estados Unidos quedó satisfecho de una demostración de tecnología insuperable. Las misiones acapararon cada vez menos la atención del público y, finalmente, después de la cercana tragedia del Apollo 13, las misiones terminaron, en 1972, con el último hombre que caminó en la superficie de nuestro satélite.
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